Entre el Cholo y San Cucufato

Hay mañanas en las que antes de que suene el despertador ya tienes una inconsciencia muy clara de que el día va a pesar. Te quedarías en cama un par de años, pero te faltan agallas. No eres como Onetti, claro. Es ponerte en pie y advertir que los peores augurios no hacen sino confirmarse. Las baldosas, ayer frías, han olvidado misteriosamente su dureza, transustanciadas en algo blando. Pisas arenas movedizas, te sientes como a la deriva. Llegas a duras penas hasta la cocina con la esperanza vana de que el café con leche pueda arreglar las cosas. Pero qué va; mejor empiezas a urdir un plan para tratar de remediar lo irremediable. En mañanas como ésas lo mejor es buscar refugio en algún santuario. Cada cual tiene los suyos; los míos son la frutería de Mari y la iglesia del pueblo. Hay a quien le da por acudir al Vicente Calderón. La frutería la visito sólo en días soleados. Es entrar allí y sumergirse como tío Gilito en mares de dinero entre manzanas Fuji, Pink lady y Royal Gala, naranjas, clementinas y mandarinas, uva, fresas, peras Blanquilla y conferencia, tomate para ensalada, lechuga de hoja de roble, Iceberg, francesa, Romana, escarola, sandías, melones, melocotones de Calanda, albaricoques, kiwis, cerezas, espárragos y hasta perejil. Por menos de catorce euros me voy con el carrito a rebosar. No hay mayor gozo ni mejor concepto de abundancia. Por si fuera poco, Antonio, el yerno de Mari, también es del Barcelona y Mari, su suegra, de Utrera. La dicha sería completa si además de llevarte la fruta pudieses tomarte un gin-tonic, aunque no sean horas ni el sitio. Pero no hay que abusar.

Eso los días buenos. Hoy no; hoy el día pide a gritos ir a la iglesia. Nada más entrar se respira ese olor especial, a incienso. La luz de las velas y la otra, artificial y aún más tenue, crean una atmósfera única. Acompaña. El paseo por la penumbra, al principio casi a tientas, va aliviándolo a uno. Al cabo de poco pillas confianza. Los siguientes pasos te atreves a darlos con las manos a la espalda, entrelazadas; te ves andando cabizbajo, pensativo, como seguramente Leibniz justo antes de ponerse a escribir su teoría de los indiscernibles. La estampa reconforta. Cuando ya has acabado con la teoría ésa te detienes ante una talla que no es de Juni ni de Fernández pero es del XVI y te pones a observarla, esta vez de brazos cruzados con una mano sosteniendo levemente el mentón. Admiras esa talla y no te disgusta ese porte tuyo frente a la madera tan bien esculpida. Luego te sientas en un banco, uno cualquiera, de la última ringlera, y por fin notas su firmeza. Y la del mármol de las losetas. Todo va volviendo a lograr su robustez de antaño. La iglesia de algún modo te echa el ancla y las arenas ya no se mueven. Falta poco. Dos horas después estarás mejor, mucho mejor y elevas una mirada de pillo al ábside central como rogando por un poco más; por la felicidad, por ejemplo. Pero el jodido ábside te guiña un ojo como diciendo “ya está bien, ¿no?; es que nunca tenéis bastante, ¡carajo!”. Le das la razón, te das la vuelta y es el rosetón el que parece querer ratificar las palabras venidas de la bóveda: “Anda, déjate, qué más quieres, por dios”. Así que después de saberte anclado notas que te acompañan mansamente hasta la orilla, a tierra firme, vuelto persona. Hasta que abandonas la iglesia, no sin antes haber aprovechado para echarle unos rezos a san Cucufato para que interceda por el Atleti, que siendo culé la décima iba a sentarte como una patada en los mismísimos. A ver si entre el Cholo y el santo van a ser capaces de hacer la machada. De vuelta a casa, con ánimos renovados, dudas entre esperar a que empiece el partido para sentarte a sufrirlo frente al televisor o ponerte a leer a Grossman. Mientras te decides acabas por servirte una copa no vaya a ser que dentro de unas horas no halles qué celebrar. Y en ésas se te pasa el día.

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3 pensamientos en “Entre el Cholo y San Cucufato

  1. Magnífico, señor O’Hara. Dígame una cosa, ese santo… ¿existe de verdad? Porque le digo una cosa: como gane el Atleti, enseguida me doy una vuelta por Sant Cugat y, con la disculpa de hacerle una visita a usted, me paso yo también por la iglesia a rezarle un rato. De paso, me podía usted guiar hasta la frutería de la Mari y así comprábamos los ingredientes para preparar una buena ensalada, regada con un buen vino. Ya buscaremos luego algún pretexto para celebrar.

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  2. Phil O'Hara dice:

    ¡No va a existir! Pues claro que existe. Fíjese que hasta el ínclito, el incompable, el sin par, el gran Javier Krahe le dedica una canción memorable. Ahí le dejo el enlace, aunque con buscarlo en Youtube le bastará. Otra cosa es que en el monasterio del pueblo se le venere, que eso no lo sé yo. Echarle unos rezos no creo yo que venga mal. A sus pies, Jardiel.

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  3. Adrián Montes Pazos dice:

    La verdad es que me divierto mucho siguiendo sus escritos y sus conversaciones, señores. Amén de mejorar mis exigúos conocimientos sobre el santoral

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