Si acaso tuviese algún sentido catalogar a las personas que nos han dejado, cabría quizá clasificarlas en las que se fueron sin más, las que pasaron por la vida con más pena que gloria, aquellas que la transitaron sin pena ni gloria, las que en su existir dejaron más gloria que pena, las pocas que sólo legaron gloria y luego, solo y por encima de todos, yo colocaría a mi tío Antonio.
Estoy convencido de lo difícil que va a ser que llegue a conocer jamás a alguien mejor; igual siquiera. Por más que trato de recordarlo enfadado, de mal humor, no atino, soy incapaz; el esfuerzo es en vano. Nunca una mala palabra, de ningún modo un mal gesto; siempre desviviéndose, solícito, por los demás; esmerado, atento al cuidado de todo y de todos. En esas evocaciones está siempre pendiente del reclamo de alguien. Era capaz de dejar cualquier asunto que tuviera entre manos, por importante que fuera, por remediar tu pequeño, tu mísero, tu ínfimo problema. Así era él. «No vayas a comprar las deportivas donde Yordas; espera, que te acompaño a Félix, que las tienen mejores y además más baratas, y encima me hacen descuento.» Y dejaba la oficina de la sucursal bancaria en la que trabajaba y te llevaba a la tienda de Félix a por unas deportivas. Sé lo selectiva que la memoria puede llegar a ser; cuán fácil le resulta al recuerdo traicionarnos; pero por más que me afano en rememorar algún mal momento, y tuvo que haberlos, me confieso impotente por dar siquiera con uno.
Donde quiera que ahora ande, andará a buen seguro pendiente de alguien, echando una mano a quien quiera que la necesite; lo mismo que mientras estuvo aquí, incapaz de prestarse algo de atención, de ser para sí. Así que Simón, Simón Pedro, a ver si le dejáis descansar. Anda, ve y diles a esos chavales que dejen ya de joder con la pelota y le dejen reposar al pobre. Simón, Simón Pedro, más de media vida cargándote a hombros y hay veces que te mandaría bajar del paso y que siguieras a pie. Y no es por la firme y severa vara que se clava sino por ese otro dolor en el pecho; por ese dolor infinito que se clava, ése sí, como un punzón en la carne. ¡No habría otros a quienes llevar primero! ¡Qué prisas tendrías! Dejadle al menos ahora en paz. Que ya está bien, Simón Pedro, que ya está bien. Te lo llevaste. No te importó que hubiese ausencias como la suya que iban a arañar la piel de la memoria hasta dejar fluir, como si fuera sangre, la herida del recuerdo de sus gestos, de su risa, de su mirada, de su voz; el recuerdo de su alma bondadosa, que afloraba refulgente por cada poro de su piel. ¡Que no, hostias, que no!, que ni te imaginas, Simón, cuánto duele la pena a veces. Recordarlo con una sonrisa… como si eso fuera sencillo. No lo es; cómo iba a serlo, Pedro, dime tú cómo iba a serlo.
Phil O’Hara