(Se abre el telón y vemos al Doctor Freud, serio y cejijunto, tomando apuntes en su libreta. Entra en ese momento en su consulta el Ministro de Educación, José Ignacio Wert, al que Freud invita con un gesto a acomodarse en el diván. Así lo hace el Ministro, tras despojarse de su chaqueta y aflojarse el nudo de la corbata).
WERT.- Ave María Purísima.
FREUD.- Señor Ministro, esto no es un confesonario.
WERT.- ¿No dicen que los psicoanalistas son los nuevos confesores?
FREUD.- Hay ciertas diferencias. Nosotros cobramos por la consulta.
WERT.- Y en la iglesia pasan el cepillo. Sigo sin comprender en qué se distinguen la religión y la ciencia.
FREUD (impaciente).- ¿Qué le parece si empezamos la sesión?
WERT.- Sí, por supuesto. Verá doctor… (carraspea) El caso es que últimamente tengo sueños recurrentes y como dicen que usted es persona entendida en el tema…
FREUD (impostando modestia).- Algo hemos estudiado al respecto, sí.
WERT.- Pues el caso es que de un tiempo a esta parte he tenido fantasías sexuales con… (carraspea nuevamente) mi compañera de gabinete, Soraya Sáenz de Santamaría.
FREUD (repentinamente interesado).- ¿Ah, sí? ¿Y de qué tipo?
WERT.- Del tipo ménage à trois.
FREUD.- ¿Podría concretar un poco más?
WERT.- Pues sueño que me la chupa, al tiempo que el Presidente del Gobierno se la beneficia por detrás ¿Qué le parece, doctor?
(Freud se lleva el lápiz a la boca, pensativo)
FREUD.- Muy difícil, teniendo en cuenta la diferencia de estatura entre ambos.
WERT.- No me refería a eso.
FREUD.- Sé exactamente a qué se refiere. Verá, yo creo que Soraya representa la figura materna, que le da a usted la razón en todo, mientras que el Presidente encarnaría a la autoridad paterna, que actuaría como fiel de la balanza, poniendo las cosas en su sitio.
WERT (asustado).- ¡Dios mío! ¿No será eso un brote inconsciente de machismo? ¿Qué pensarían de mí si llegara a saberse? Podría ser el fin de mi carrera política. Por mucho menos pusieron a escurrir a Miguel Arias Cañete.
FREUD (encogiéndose de hombros).- El subconsciente no está sujeto a clichés culturales ni valoraciones morales. De todos modos, no se preocupe, puede usted confiar en mi total discreción.
WERT (suspirando aliviado).- Gracias, doctor. No sabe el peso que me quita de encima ¿Pasamos al siguiente sueño?
FREUD.- Adelante.
WERT.- Pues verá, se trata de otro ménage a trois. Esta vez con dos chicas.
FREUD.- Hay que reconocer que son de lo más entretenido las consultas con usted. Prosiga.
WERT.- De acuerdo (Carraspea por tercera vez) En esta ocasión, las interfectas son Bibiana Aído y Leire Pajín.
(Freud cruza las piernas, con el propósito de disimular la erección que se le insinúa por debajo de los pantalones).
FREUD.- Cuente, cuente, soy todo oídos.
WERT.- Yo diría que se trata de una fantasía con claras connotaciones necrófilas. Porque me imagino que soy nada menos que el cadáver del Generalísimo Franco, en su tumba del Valle de los Caídos. Es curioso que tuviera este sueño precisamente anoche, en el 39º aniversario de su muerte.
(Freud se retuerce en su silla de gusto, que consigue disimular a duras penas).
FREUD (casi jadeando de excitación).- Siga.
WERT.- Una de las dos (indistintamente) me da placer oral, mientras que yo hago lo mismo con la otra, simultáneamente. No vea usted lo bien que nos lo montamos allá en la necrópolis.
(Llegados a este punto, el ministro suelta una risita a un tiempo idiota y desganada, que desactiva automáticamente la erección de Freud. Esta vez es el doctor quien carraspea, recobrando inmediatamente la compostura. El ministro, de espaldas a él y tendido en el diván, no se ha percatado de nada).
WERT.- ¿Qué cree que significa, doctor?
FREUD.- Yo diría que usted establece una conexión entre Franco y estas dos señoras. Tenga en cuenta que los tres estaban en contra de la prostitución, aunque lo hicieran desde distintas perspectivas. El hecho de entregarse a la sexualidad más desenfrenada y sicalíptica precisamente en el interior de una tumba, donde nadie puede verles, constituye un indicio inequívoco de que ustedes tres son unos reprimidos, con independencia de su filiación ideológica.
WERT.- Ya, pero… ¿por qué tiene que ser precisamente la tumba de Franco?
FREUD (encogiéndose de hombros nuevamente).- No hace falta ser el mejor psiquiatra del mundo (es decir, yo mismo) para responder a eso. Sencillamente, usted se identifica con Franco. Es evidente que le gustaría ser como él o, mejor dicho, ser él.
WERT.- ¡Cuánto sabe usted, doctor! ¿Puedo contarle otro sueño más?
FREUD (consultando el reloj, dubitativo).- Si se da usted prisa…
WERT.- No se preocupe. Esta vez se trata de dos vacas: una gorda y otra flaca.
FREUD (esbozando una sonrisa irónica).- Creo que éste ya me lo sé ¿Y la vaca más flaca se come a la más gorda, verdad?
WERT (titubeando).- Bueno, no exactamente… De hecho yo diría que más bien es al revés, con un pequeño matiz.
FREUD.- ¿Ah, sí? ¿Y cuál es?
WERT.- La más gorda se beneficia a la más flaca. Dándole por el ojete.
(Presa de un ataque de nervios, Freud se apresura a depositar el lápiz y la libreta sobre la mesilla más cercana. El ministro, al advertir su gesto, se incorpora levemente).
FREUD.- Mucho me temo que se nos ha acabado el tiempo. Si le parece, le puedo dar cita para la semana que viene. Le diré que su patología es muy interesante, pues desde siempre me he sentido atraído por los pacientes obsesionados con el sexo anal. De hecho, siempre he creído firmemente que en la vida todo es sexo anal.
WERT (poniéndose de nuevo la chaqueta).- Tiene usted unas ideas sobre la vida verdaderamente fascinantes, doctor ¿Me dice cuánto le debo?
FREUD.- Con mil euros lo hace.
(Wert da un respingo)
WERT.- ¿Mil euros? Pero… eso es una barbaridad. Con IVA incluido, supongo.
FREUD.- Por supuesto. Aquí somos gente seria, y lo declaramos todo ¿Qué diría, si no, su compañero de gabinete, don Cristóbal Montoro? Por lo demás, no le parezca tan caro. Tenga en cuenta que servidor es nada más y nada menos que el padre del psicoanálisis, por mucho que ya no se enseñen estas cosas en el modelo educativo propuesto por usted y sus predecesores en el cargo.
(Wert se palpa la chaqueta con indecisión, extrayendo finalmente un talonario)
WERT.- Bueno, no sé si sabrá que los ministros no llevamos dinero encima, pero le diré lo que vamos a hacer. Le voy a firmar un pagaré a tres meses. Si dentro de tres meses no ha cobrado, se puede quedar con el pagaré.
(Freud lanza un atribulado suspiro)
FREUD.- Yo también he visto Sopa de ganso, pero está bien. Ahora, si me lo permite, debo atender a mi próximo paciente.
WERT.- No se preocupe. Le ayudaré a agilizar los trámites.
(Freud observa, asombrado, cómo Wert se arranca la piel de la cara, que resulta ser una careta, y aparece la efigie de José Antonio Monago quien, tras quitarse la chaqueta y aflojarse de nuevo el nudo de la corbata, se vuelve a tender sobre el diván. Freud, resignado, toma asiento y se dispone, una vez más, a tomar notas).
MONAGO.- Pues verá, doctor. Últimamente tengo alucinaciones recurrentes. Creo que estoy viajando en avión a Canarias, con intención de ver a mi chica. Lo malo es que todo el mundo a mi alrededor padecen esa misma alucinación, puesto que también lo creen, por mucho que yo les insisto en que se trata de viajes oficiales.
FREUD (aparte, suspirando de nuevo).- Qué dura es la vida del psicoanalista, sobre todo de media cintura para abajo.
(Poco a poco va cayendo el telón).
THE END
Jardiel Pencil