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El único fruto del amor

Joder, cuando la semana pasada, desde estas líneas, alertaba al personal sobre los peligros inherentes al debate monarquía-república, no fuera a ser que nos acabáramos convirtiendo en una república bananera, lo último que pensaba yo es que esto se fuera a cumplir al pie de la letra. Y menos a nivel europeo. Me explico: Me imagino que ya estaréis todos al tanto de la última ocurrencia de los señores de negro de la troika, consistente en incluir dentro del cálculo del PIB la riqueza sumergida generada por la prostitución y el tráfico de drogas. A ello se une la reivindicación de un grupo de inspectores de hacienda de nuestro suelo patrio, quienes señalan la conveniencia de que dichas actividades, hasta ahora ilícitas, afloren y tributen al fisco, como todo quisqui. Esto ha conseguido desbordar las previsiones del mismísimo George Harrison, quien, en su célebre canción Taxman, amenaza irónicamente con gravar el aire que respiramos o los pasos que demos. Ahora resulta que vamos a tener que rendir cuentas a Montoro por cada casquete que echemos, fuera de la sacrosanta institución del matrimonio. Y pobre del que se le pase por la mente defraudar. Lo que antes era sencillamente pecado, ahora pasa a ser delito fiscal. Con Hacienda hemos topado. La analogía es perfecta si tenemos en cuenta que estos fenómenos, al igual que hiciera en su día el Papa Benedicto XVI, pretenden negar la existencia del limbo para los que no hayan recibido el sacramento del bautismo, aunque no digan nada de los paraísos fiscales, donde son pocos los llamados y aún menos los elegidos.

A mí lo que más me intriga es cómo se las va a ingeniar San Cristobalón Montoro para seguirle la pista a los dineros de-generados (nótese el ingeniosísimo juego de palabras) por la profesión más antigua del mundo, al decir de todos. Si acaso, como hiciera en su anterior etapa de ministro en el gabinete de Aznar, promoverá a través de los medios de comunicación una campaña de concienciación ciudadana, para convencer a los súbditos más rijosos de la conveniencia de pedir factura por los servicios prestados, con vistas a poder reclamar en caso de que se produjeran desperfectos. La idea no está nada mal. Te presentas en el lugar de los hechos blandiendo la minuta y le espetas en la jeta al proxeneta de turno: “Te voy a meter un paquete que te vas a enterar por falta de higiene, cabrón. Tienes tres opciones: o me espulgas una a una las ladillas que pillé aquí el otro día, o me devuelves la viruta, o me voy derechito a Sanidad”. Y el chulo todo acojonado (sin que le sirva de mucho la apariencia temible que le da el tener tatuajes hasta en la minga), dispuesto a devolverte hasta el último céntimo, balbuceando torpes disculpas y esforzándose por llegar a un arreglo amistoso, ofreciéndote una jugosa indemnización y, además, un cupón canjeable por servicios gratuitos a cambio de que no salga perjudicado el buen nombre del local. Lo malo es que seguro que a más de un espabilado se le ocurría llevar las chinches en un frasco para, aprovechando un descuido en que la maroma estuviera, por ejemplo, lavándose las partes en el bidet, espolvorearse las criadillas con los susodichos parásitos y montar el gran escándalo. Un truco similar al de la mosca en el plato de sopa, si bien no me parece recomendable prodigarlo en exceso, o la peña acabaría dándose cuenta.

Lo que veo más complicado es decidir sobre el tipo de fiscalidad aplicable a cada servicio. En mi humilde opinión, un trabajo manual o el sexo practicado a la manera tradicional (léase “postura del misionero”), no deberían tributar lo mismo que otras modalidades más sofisticadas, como la felación o el coito anal. Lo más lógico sería aplicar el IVA reducido a las primeras y exigir inapelablemente el 21% para las segundas. Y no digamos nada de las parafilias (cosas tales como la lluvia dorada, el sado o la coprofagia), que requerirían un impuestazo de lujo. En este contexto se haría necesario ser sumamente rigurosos con el desglose de los distintos conceptos en la minuta. Tal vez sería planteable conceder a las citadas parafilias el estatus de enfermedades mentales, por lo que sería justo que desgravaran en la declaración de la renta presentando las facturas correspondientes. No me cabe la menor duda de que los señores inspectores, promotores de esta iniciativa, encontrarán este consejo sumamente edificante.

Lo malo es que siempre tiene que haber un pero. Hace escasamente un año, desde las páginas de mi otro blog Jugadas clave, llevaba a cabo un sentido elogio de los estudios del profesor Dukakis, un reputado economista griego que ha logrado establecer una interesante correlación entre el nivel económico y el nivel de rijosidad de los individuos. Si bien es más que cuestionable que haya una relación causa-efecto clara, el profesor Dukakis aporta datos empíricos irrefutables que corroboran que son, en un alto porcentaje, las personas con un mayor nivel económico las que practican el sexo con más asiduidad. Se me ocurre a mí pensar que el tener que rendir cuentas al fisco por los polvos echados actúe como mecanismo disuasor a la hora de entregarse alegremente a la crápula y el libertinaje. O cabe también la posibilidad de que si las tarifas van con IVA incluido, sean las propias meretrices las que se lo piensen dos veces antes de practicar un oficio que, si tiene alguna ventaja, es la de poder amasar una jugosa fortuna en poco tiempo, teniendo en cuenta que la suya es una vida profesional más bien breve, al igual que la de los futbolistas. Sería una pena que desapareciera la profesión más antigua del mundo debido a estas consideraciones pecuniarias, pero hay que comprender que la pela es la pela.

En fin; habrá que conformarse con ponerle coto a la fogosidad y olvidarse poco a poco de ir a buscar fuera lo que la parienta (o el pariente, que también existe la prostitución masculina, ojo) no te ofrece. Si algo bueno tiene el sexo doméstico, es que todavía no se ha hablado en los distinguidos círculos financieros de ponerle ningún gravamen.

Quién nos lo iba a decir, que una medida que aparentemente induce al libertinaje y el lenocinio más desaforados, puede acabar convirtiéndose indirectamente en el mejor mecanismo para salvaguardar las buenas costumbres. Imagino el titular cuando se apruebe la norma: “Ministerio de Hacienda: el mejor antídoto contra la lujuria”.

Creo que voy a desechar mi iniciativa empresarial de la semana pasada y proponer un nuevo proyecto: la bragueta con candado de seguridad, que vendría a ser algo así como un cinturón de castidad para los machos más bravíos.

Para evitar caer en la tentación.

Jardiel Poncela

 

 

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