Lo único que he hecho en todo el día

Esto es lo único que he hecho en todo el día ¿Y qué es “esto”?, me preguntaréis.

Pues es algo tan inasible como tocar el viento, o atrapar un suspiro en una redoma, o tratar de esculpir las formas de las nubes o de las olas. Yo diría que aún menos: empeñarse por que la estela de un navío deje su cicatriz sobre el agua, o esforzarse por trazar sombras chinescas sobre un escenario de fondo negro, como el de aquel teatro que visité una vez en la ciudad de Praga. Recuerdo que una vez vi a unos callejeros que hacían pompas de jabón gigantes, inflándolas e inflándolas hasta alcanzar tamaños espectaculares. Pero al final acababan disolviéndose en el aire, igual que las pompas chicas. Y yo pensaba que el mismo destino tienen las palabras: las más estridentes y las más quedas, las más profundas y las más someras, las que son breves y las que son más largas.

Qué inútil todo, ¿verdad? Quizá debería haberme ocupado y preocupado por hacer algo de provecho: cosas tales como jugar en bolsa, especular recalificando terrenos o presentarme como candidato a la presidencia del gobierno. Tal vez debería haber fundado Microsoft o fichado por el Real Madrid, para ganarme el aplauso y la admiración de las gentes. O puestos a utilizar como herramienta las palabras, haber hecho algo que me aportara algún beneficio con ellas. Podría dedicarme a manipular las opiniones de la masa haciéndome con el control de algún periódico, o ganar el Premio Nobel de Literatura. O incluso, por qué no, podría haber cazado al vuelo la sugerencia de Woody Allen y haberme entretenido invadiendo Polonia.

El problema es a ver cómo se hace eso si no estás afiliado a ningún partido político, si no perteneces a ningún lobby financiero, si no eres bueno ni con los ordenadores ni con los balones, o si no tienes tanques ni ejército. Vaya desastre. No soy malo en el manejo de las palabras, no. Pero soy de natural pacífico. No se me da bien guerrear con ellas, ni tampoco hacer trucos de prestidigitación, para hacer ver al público que lo blanco es negro. En cuanto a eso de los premios literarios… Gané uno de niño, organizado por Coca-cola, con una redacción sobre la alteración del equilibrio ecológico a manos del hombre. Pero mi prometedora carrera literaria acabó ahí. Se ve que el niño creció y se volvió más viejo, pero no más sabio.

A veces, cuando estoy ocioso –es decir, casi siempre-, y no tengo a mano nubes que moldear ni suspiros que atrapar, me dedico a escuchar música. Se me da muy bien escuchar música. Tengo un montón de obras musicales metidas en la cabeza y, creedme, si inventaran algún artefacto que amplificara los sonidos guardados en el cerebro, podría deleitaros ahora mismo con los acordes de la Quinta Sinfonía de Tchaikowsky, de La flauta mágica de Mozart, del cuarteto La muerte y la doncella de Schubert, o de muchas otras obras que me pidierais. Podría formar una orquesta de un solo hombre, como aquel genio inglés de la música contemporánea… ¿Cómo se llama? Ah, ya lo tengo: Mike Oldfield, se llama. Pero Mike Oldfield sabe tocar todos los instrumentos que se le pongan por delante y yo no sé tocar ninguno, para mi desgracia. Se me da bien cantar, aunque nunca me haya presentado a OT, pero creo que perdí la voz, o que la dejé empeñada, cuando me cansé de oír el eco solitario de ella en este páramo yerto que es mi vida. Honestamente, ya no sé distinguir el eco del original. Como tampoco sé distinguirme a mí mismo de mi propia sombra.

Y, sin embargo, qué sensación de fatiga. Y es que no hay nada tan cansado como el no hacer nada. O, mejor dicho, no hay nada tan cansado como empeñarse en tallar las nubes, en cazar suspiros o en arañar sombras. O en lanzar palabras encendidas al viento, que siempre terminan por extinguirse bajo la lluvia, como las pavesas esparcidas de una hoguera. No hay nada tan cansado como el caminar despacio y ver cómo todos te adelantan, sin duda impacientes por concluir su carrera hacia la nada.

Así que ya lo sabéis, amigos míos. Esto es lo único que he hecho en todo el día. Perder un tiempo que ya estaba perdido de antemano, y caminar obediente, con paso lento pero seguro, hacia la noche definitiva.

Jardiel Poncela

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7 pensamientos en “Lo único que he hecho en todo el día

  1. Phil O'Hara dice:

    Para no haber hecho nada ha hilvanado usted, Jardiel, unos cientos de palabras con la maestría del experto. Y sabrá -cómo no ha de saberlo- que esa es ardua tarea reservada a no muchos mortales. Cada vez que enfrento al papel en blanco pluma en ristre -o teclas y pantalla, que en estos tiempos viene a ser lo mismo- me tiraría por la ventana. ¡Lo que cuesta sacarle una frase al dichoso aparato y lo fácil que es borrar una tras otra!

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  2. Ahí está la miga del asunto, Mr. O’Hara: en hacer y en deshacer. En eso se nos va la vida sin que nos demos cuenta, como a Penélope. O quizá sería más acertada la comparación con su señor marido, y seamos todos un poco náufragos a la deriva en esta odisea de la vida. Sólo que sin ninguna Ítaca a la que regresar.

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  3. Phil O'Hara dice:

    Cierto, a la deriva sin Ítaca ni otra cosa a la que aferrarse que a los propios fracasos; blandiendo como lanza la estupidez y una incipiente senilidad que devendrá demente a poco que estemos afortunados, y por adarga una ironía demasiado a menudo menos fina de lo que quisiéramos. De no ser por los libros y los bares (y las tazas de váter), esos oasis de esperanza, ¿qué sería de nosotros?

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  4. Notes de Vida dice:

    Una pregunta, señor… ¿Phil O’hara y Jardiel Poncela son la misma persona? Me gustaría saberlo. En todo caso, me ha encantado el texto. Felicidad-es, por la letras y también porque es mi deseo que sea usted feliz

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    • Phil O'Hara dice:

      Tristemente (para Phil) él y Jardiel no son la misma persona. Pero si se va pasando por aquí lo que aprenda con Jardiel podrá desaprenderlo con Phil. ¿Qué otra cosa es la vida si no ir aprendiendo y desaprendiendo después? Saludos, amiga.

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  5. Estimado Notes de Vida, esto es lo más parecido al misterio de la Santísima Trinidad: dos personas y un solo blog. Muchísimas gracias por sus amables comentarios, y tanto el señor O’Hara como yo mismo esperamos volver a verle por aquí.

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  6. Señor O’Hara, encuentro su pesimismo sumamente reconfortante. Pocas cosas me alegran tanto el día como estos ratos tan tristes que paso con usted. En cualquier caso, convendrá conmigo en que el optimismo no es de buen tono. A no ser que te llames Ludwig van Beethoven y te dé por ponerle música al poema «Oda a la alegría», de Schiller. Pero no olvidemos que incluso este último necesitaba oler manzanas podridas para inspirarse.

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